Entrevista con Carlos Martiel
Marcial Godoy y Marcos del Cogliano: queríamos empezar con una pregunta muy general, ¿qué te llevó a usar tu cuerpo como materia prima para tu obra y tu expresión política?
Carlos Martiel: Yo comencé trabajando en 2007 en Cuba. En aquel entonces todavía no hacía performance. Lo que hacía era dibujo con sangre, muy relacionado con el tema racial. La materia prima que necesitaba era la sangre, mi propia sangre. Entonces iba a los policlínicos, que son clínicas públicas en Cuba, a pedir que me extrajeran sangre clandestinamente, porque eso no está permitido para un muchacho de 18 años. O sea, siempre estaba la imposibilidad de hacer esto porque o bien no me sacaban la cantidad que necesitaba, o simplemente me decían que no. Entonces, a partir de toda la frustración que me empezó a generar no poder realizar el tipo de trabajo que yo deseaba, comencé a pensar mi cuerpo de otra manera y me di cuenta de que yo estaba haciendo referencia a cuestiones raciales en las que el cuerpo era sumamente importante. Ahí es cuando descubrí mi cuerpo y eso me llevó a la performance.
MG y MDC: ¿Cómo fueron tus primeros trabajos, tus primeros pasos en esa dirección?
CM: En mis primeros trabajos ya estaba, como te comentaba, el problema racial. Eran trabajos muy ligados a las culturas tribales y todos sus rituales de sacrificio para insertar a los adolescentes en la sociedad como hombres nuevos. Luego me desplacé a cuestiones más ligadas a la migración, al uso del poder del Estado cubano para con sus ciudadanos. O sea, mi trabajo se ha ido moviendo, dentro de Cuba, en otras direcciones.
MG y MDC: Has hablado de la idea de la sinceridad corporal, ¿podrías explicarnos de qué se trata y cómo lo logras en tu trabajo?
CM: No sé si lo logre del todo. Pero se trata de explotar como artista o intelectual los recursos críticos y no hacer un arte que sea meramente ilustrativo u abstracto, sino que esté más enfocado en cuestiones sociales que lo afectan a uno. Si uno tiene la posibilidad de hacer eso a través del arte, ¿por qué no hacerlo? El arte siempre ha sido la herramienta de expresión que he tenido dentro y fuera de Cuba para referirme a las cuestiones que me afectan a mí y a otras personas (por sus condición social, racial, económica).
MG y MDC: Revisando tu obra, el dolor aparece como un elemento importante ¿qué rol cumple y cómo se liga a la duración de tus trabajos? Por último, ¿cómo se relaciona con la experiencia del público que es testigo de tu dolor?
CM: Como te dije, cuando empecé con la performance estaba muy interesado en las culturas tribales y sus rituales de sacrificio, y eso me marcó. Me sentía identificado. Estaba redescubriendo mi cuerpo. Era acercarme a esa cosa que forma parte del ser humano. Entonces, más allá de mi propio dolor, era hablar de las cuestiones que nos afectan. Cosas dolorosas, no físicamente, pero que en mi trabajo tengo que abordarlas de una manera física. Entonces, se trata un poco de trabajar con el dolor como una denuncia, como crítica sobre situaciones que nos están afectando.
MG y MDC: ¿Y la experiencia del público como testigo?
CM: Cuando expongo una obra no tengo al público tan presente. Sí cuando pienso “¿cómo se entendería esta pieza?” Pero en el momento exacto de la ejecución, no me interesa demasiado.
MG y MDC: Otro elemento formal que cautivó nuestro interés tiene que ver con tu trabajo con la quietud: hay muchas instancias en tu obra en las que te mantienes absolutamente quieto. En este sentido, ¿encuentras alguna relación de tu trabajo con la escultura?
CM: En San Alejandro, que fue la escuela en la que yo me gradué en artes plásticas, yo estudiaba orfebrería. De modo que he tenido relación con la escultura desde el comienzo. Por el modo en que se ha desarrollado mi trabajo, de no hacer performance, yo sería un escultor. También el hecho de hacer del cuerpo una suerte de monumento vivo por los propios temas que estoy tocando.
MG y MDC: En relación con el cuerpo como monumento, me viene a la mente tu trabajo reciente “Hacerse olvido”, ¿nos podrías hablar de esa obra en relación con la escultura y al monumento?
CM: Esa es una obra que yo hice hace poco en Cuba como parte de una exposición individual después de cinco años sin hacer nada allí. Y es una pieza que está pensada desde la migración cubana a los Estados Unidos y todas estas vidas que se han perdido en estos 50 años en que ha estado el régimen en Cuba, que no se pueden cuantificar. No hay un censo. Ese estrecho del golfo es prácticamente un cementerio de cubanos. Se trataba de revisitar el tema porque no es un tema del que se esté hablando en Cuba. Ahora ha pasado un año desde el cambio en las políticas migratorias en relación con las personas que pueden venir a los Estados Unidos. El gobierno de Cuba debería tratar el tema porque está ahí. Y las familias de los afectados siguen estando ahí. Entonces no solo hay que mirarlo desde acá, desde los Estados Unidos, sino hay que tener un diálogo desde Cuba. En esa pieza me había tomado dos pastillas de tranquilozepam —creo que se llamaba así—, y estaba acostado en una llanta durante la inauguración de la exhibición.
MG y MDC: Es un tema muy fuerte, especialmente en relación con el tema que estamos explorando en este número de la revista que es “expulsión”. Eso nos lleva a otro tema recurrente en tu trabajo que es el mar. En tu obra reaparece de diversas formas: como límite, como frontera o como tumba, tal como nos decías. Si nos acordamos del lamento de Virgilio Piñera (“la maldita circunstancia del agua por todas partes”) o pensamos en tu obra “Sujeto” (2012), ¿cómo ha sido tu relación con la insularidad de Cuba?
CM: Al ser cubano y vivir en La Habana, el mar está muy presente en tu vida. Es algo que puedes ver yendo a la escuela, al trabajo o cuando vas divertirte, un viernes por la noche, en el Vedado o en La Habana Vieja. Pero no solo es el mar sino las políticas del gobierno y toda esta imposibilidad que tienen los cubanos de moverse fuera de Cuba. El mar está todo el tiempo recordándote tu condición insular. Entonces, en los inicios de mi trabajo realicé muchas obras como “A donde mis pies no lleguen” (2011), “Capitulación” (2011), “Lazos de sangre” (2010) e “Isla muerta” (2011), en la que si bien no aparece el mar, sí está relacionada con la condición insular. Esto marcó mi trabajo. Incluso lo que estoy haciendo actualmente tiene mucha relación con el lugar de donde yo vengo.
MG y MDC: La presencia de este mar se abrió hacia otros mares, ¿podrías hablarnos de tu obra “Mediterráneo” (2017) y por qué escogiste esta acción para el pabellón de Cuba en la Bienal de Venecia?
CM: Es una obra que yo tenía pensada hace un par de años y que ahora tuve la oportunidad de realizarla. Es una obra que está basada en el drama de la migración africana a Europa pero, sobre todo, en el trasfondo de esa cuestión. Se habla de los números de los que llegan o de los que han muerto. Pero no se habla de por qué vienen. No sé habla de todas las compañías que están invirtiendo en suelo africano y que tienen a la población viviendo en la miseria. Es una cadena de cosas que está sucediendo y que termina afectando a los que se van. Tanto el Caribe como el estrecho de la Florida son cementerios así como lo es el Mediterráneo. Yo también soy inmigrante y siempre que voy a Europa trato de tocar este tema porque es un problema por el que me siento afectado. Y más en Italia, que es un país al que llegan montones de inmigrantes provenientes de África.
MG y MDC: Sé que tienes un pasaporte jamaiquino, ¿nos puedes contar tu historia migratoria?
CM: Yo salgo de Cuba en 2012, justo después de la bienal. Viví en Ecuador, pero me di cuenta de que no era un espacio para mí. No quería regresar a Cuba, entonces crucé por tierra de manera ilegal, bordeando los controles migratorios de la manera en que lo hacen todos los inmigrantes ilegales. Cuando estaba en Ecuador, me metí en YouTube y empecé a buscar cómo cruzar la frontera de Ecuador con Perú, de Perú con Bolivia, de Bolivia con Argentina. Y así hice mi trayectoria. En Argentina, estuve un año hasta que me invitaron a un festival en Canadá y decidí ir. Estando ahí y, al tener un hermano viviendo en la Florida, vi la posibilidad de reunirme con mi familia. Entonces me vine para los Estados unidos. Respecto a mi pasaporte jamaiquino, mi familia es descendiente de jamaiquinos y haitianos que llegaron en los años veinte al oriente de Cuba (Holguín) como trabajadores de café y de caña de azúcar. Por suerte, en mi familia todavía se conservan los pasaportes, especialmente el de mi bisabuelo jamaiquino. A partir de ahí, en estos últimos tiempos, me he vuelto muy consciente de mis orígenes e intentado investigar y enorgullecerme de esa parte de mí. Eso también generó la decisión de solicitar la ciudadanía de Jamaica. Y ahora soy ciudadano jamaiquino también.
MG y MDC: Esta adquisición de una ciudadanía formal me hace pensar en “Expulsión” (2015), una pieza ligada al hecho de quitar la ciudadanía. Se trata de un trabajo que mostraste en 2015 en Grecia y fue una de las inspiraciones editoriales para este número de la revista que se basa justamente en la categoría de expulsión. Nos puedes hablar sobre esta pieza.
CM: A mí me invitaron a un festival que formaba parte de la Bienal de Salónica. Cuando llegué, vi varios africanos vendiendo cosas en la calle. Había cinco o seis. Pero todas las personas negras que vi, estaban vendiendo en la calle. Entonces le pregunté a la curadora respecto del estatus legal de estas personas, si estaban huyendo de la policía, etc. Ella me explicó que aunque estas personas tuvieran hijos en Europa, ellos no tienen la posibilidad de acceder a la ciudadanía o a la residencia. O sea que conviven con el fantasma de la ilegalidad y de la posibilidad de ser expulsados. En Grecia y toda la Unión Europea muchos inmigrantes viven así en el día a día. De allí nació mi obra “Expulsión”. En la obra, estoy parado con las estrellas de la bandera de la Unión Europea cocidas en la piel. En un momento entra una persona y las quita una por una, y cuando las retira todas, yo salgo caminando del espacio.
MG y MDC: Tú ya has vivido en Estados Unidos por muchos años y tu trabajo ha tocado el problema de la violencia racializada en este país y también temas como la gentrificación, especialmente en una pieza como “Desalojo” (2014). Allí la relación entre racismo, clase y lo urbano adquiere una fuerte presencia, ¿podrías hablarnos un poco sobre esta obra?
CM: Es un trabajo que hice en 2014. Si bien ya llevaba un tiempo en los Estados Unidos, recién venía llegando a Nueva York. Un día estaba haciendo el trámite del seguro en Corona y me perdí. Y llegué a Williamsburg. Inmediatamente, por la energía del espacio, me di cuenta de que ahí estaba pasando algo. Después, cuando volví a mi casa y me puse a buscar en internet, vi todo el tema de la gentrificación a la que se está sometiendo el área, los desalojos que se están haciendo ahora mismo, todos los negocios pequeños que en su mayoría pertenecen a inmigrantes hispanos y latinos que trabajan allí y que se están cerrando. Luego regresé al espacio e hice la pieza: estaba acostado en un charco que había en la calle y dos personas me sacaban del vecindario. Era un poco una reflexión sobre este tema y sobre cómo esto pasa en todo Estados Unidos. Uno ve las consecuencias de la gentrificación y el impacto que está teniendo en la vida de las personas. Y siempre son las personas más vulnerables, las que no tienen posibilidades económicas, las personas de piel oscura, los latinos o hispanos. Ese tema está siempre estructurado para expulsar a las personas más vulnerables en los Estados Unidos.
MG y MDC: En tanto cubano y negro, ¿cómo vives la circunstancia racial aquí en Estados Unidos? ¿es distinta al caso de Cuba?
CM: Es muy diferente. En Cuba hay un racismo institucionalizado. Por ejemplo, tú vas por la calle y constantemente ves que a las personas negras les están pidiendo el carnet de identidad. Hay una violencia pero es mucho más medida de lo que pasa acá. Acá van al extremo. El hecho de ser negro acá pone en peligro tu vida. Cuba parece un paraíso comparado con lo que se vive acá. De algún modo, yo siento que eso se ha insertado dentro de mi obra. Por ejemplo, en enero voy a ir a un festival en Los Ángeles y voy a hacer una pieza relacionada con la brutalidad policial. Ya hice una en 2015 en la que estaba debajo de las capas de tierra de los lugares en los que llovía, lugares en los que se habían registrado incidentes de brutalidad policial. Ahora voy a hacer una pieza en la que se les va a extraer sangre a entre tres y cinco afroamericanos que viven en Los Ángeles y yo voy a estar, el día de la performance, parado sobre un charco hecho de esa sangre. Es un poco hablar sobre esa violencia que constantemente están viviendo los afroamericanos acá, en Estados Unidos. Y que no cesa. Y Los Ángeles es un termómetro en que la temperatura está apuntando siempre hacia arriba.
MG y MDC: Para terminar, ¿cómo es tu relación actual con Cuba? ¿cómo ves los cambios que están ocurriendo y cuáles te parecen que son los horizontes del país?
CM: El tema de Cuba es un poco incierto. Con Obama, y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, se empezó a abrir la cosa pero ahora con Trump se ha cerrado nuevamente. En la actualidad están sucediendo cambios en Cuba, minúsculos. Pero aún así no están beneficiando a las cubanos. Por ejemplo, como te contaba, fui a Cuba en febrero. Allí vi una turba de trabajadores indios y pregunté ¿cómo es que están estos trabajadores indios acá? Lo que pasa es que el gobierno tiene un estándar con el que le paga a la gente pero las compañías que están construyendo hoteles en Cuba tienen otro, y pagan mucho más. Y el gobierno no puede pagar el salario de los constructores. Por un salario como el que se paga en Cuba, la gente no se motiva para trabajar. Entonces, no hay eficiencia y la gente que está invirtiendo en Cuba necesita agilidad como toda gente de negocios. Entonces decidieron traer gente de la India, pagándole salarios que podrían ganar los cubanos. O sea, está habiendo cambios, Cuba se está abriendo pero no hay ningún beneficio para los cubanos. En cambio, en lo político todo sigue igual. La única persona que se propone para presidente para el 2018 es un apersona que tiene el mismo discurso que ha tenido históricamente el gobierno en Cuba. Entonces no se ve un cambio. Cuando voy a Cuba veo las misma realidad, la gente con los mismos problemas. Con problemas básicos, de alimentación. En Cuba no se cultiva la tierra… de algún modo, la cosa no está funcionando bien. No hay disposición del gobierno porque quieren mantener la misma retórica que han tenido durante años y que ha quedado totalmente desfasada.
MG y MDC: ¿Has tenido alguna dificultad para entrar o salir?
CM: Nunca he tenido ningún problema. La última vez que fui me trataron normalmente. Me tuvieron media hora en la fila de inmigración pero al final me dejaron ir.
MG y MDC: ¿Qué planes tienes para este año en términos de producción? ¿Piensas continuar con el tema de la expulsión o la migración? ¿Qué tienes en agenda?
CM: EL tema depende mucho del tipo de invitación que me hagan. En enero está lo de Los Ángeles con esta pieza que tiene que ver con la brutalidad policial contra los afroamericanos en Estados Unidos, y también voy a ir al MOLAA con una pieza que se llama “América” y que tiene que ver con pensar un continente que está tan fragmentado. Luego voy a ir a Argentina para trabajar con el tema de los mapuches, dándole continuidad a las piezas que hice este año con los guaraníes, los kayapos. La idea es trabajar un poco con las poblaciones originarias o indígenas en esos espacios.